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das Mystische 2.1

LOS OJOS AJENOS

Buscamos a un escritor,
pero encontramos a otros escritores que no son Peter Handke.

Félix Romeo

Los campos se obscurecen.
Antonio Machado

I

Llegar a Soria y abrazar el frío. Primeros gestos de la lluvia a las puertas de la estación del ferrocarril, a primeras horas de la mañana. Lo que queda de una tormenta de verano o lo que queda de ayer, de ese verano.

No sé si vengo a Soria después de leer el cuaderno de viaje de Félix Romeo, es decir, por culpa de este cuaderno, o si me pongo a leer a Félix Romeo tras decidir pasar unos días en Soria. ¡Ahora da lo mismo! Félix llegó a la capital castellana a finales de junio, el mismo día de La Saca, buscando desesperadamente a Peter Handke (mientras los sorianos corrían los toros), buscando a Peter Handke desesperadamente. ¿Buscaba yo ahora, a mi manera, a Félix Romeo desesperadamente? Andando por el aire, como los personajes de dibujos animados que Handke mostró a Félix, y que éste mostró a todos en su primera novela, abandonamos las afueras de una ciudad pequeña, muy pequeña, y buscamos la raíz del agujero negro, el centro exacto de la diana, el lugar donde pasan las cosas.

II

Hacemos el camino inverso al que se refiere Félix en su cuaderno. Es decir: cruzamos el puente sobre el Duero, el puente de un sólo sentido regulado por semáforo, en dirección a Zaragoza. A la izquierda del puente, nos acercamos a San Juan, San Juan de Duero. En el Claustro, disparamos fotos como locos y obligamos al encargado del monasterio de los caballeros sanjuanistas (Hospitalarios de San Juan de Jerusalén) a salir a nuestro encuentro. Al parecer, lo hace con todos los turistas. Hay que pagar dentro, nos dice, en un pequeño habitáculo de lo que queda de iglesia. Después, si queremos, podemos seguir tomando fotografías. Aún luce un sol cobarde, picajoso, y seguirá así hasta la tarde; pero acabada la siesta se acabará el sol para el resto del viaje, justo al llegar al verso donde Antonio Machado da fe de lo que está ocurriendo: “los campos se obscurecen”, escribió el sevillano. Y se oscurecen, sin remisión, ahora como entonces.


III

En su prólogo a Campos de Castilla, Machado dispara una pregunta científica: “¿Seremos, pues, meros espectadores del mundo?”. Es posible. Al menos aquellos que, a nuestra condición de turistas, añadimos cierta propensión a la literatura. Literatura, claro está, de viaje, porque, ¿existe acaso otro tipo de literatura? Félix cita a Ricardo Piglia para intentar aclarar el asunto. Para el argentino, toda la literatura es una investigación o un viaje. Una investigación interna o una investigación externa. Un viaje interno o un viaje externo. Así, la literatura se reduce a este juego de ida y vuelta o de dentro hacia fuera. Así, lo géneros desaparecen y podemos echar a caminar, despreocupados, por las distintas versiones del paisaje.

IV

Buscando a Handke, o a Félix Romeo, siguen apareciendo escritores. En el escaparate de la librería Las Heras, en el número 38 de El Collado. Cuaderno del Duero, de Julio Llamazares. Literatura, es decir, un nuevo cuaderno de viajes. En este caso, un cuaderno sin pulir, como piedra preciosa o diamante, sin las correcciones que lo transforman en libro; un cuaderno que recorre la ruta líquida del río y que quedó, como nos cuenta el propio Llamazares, en parte inacabado. La ruta española del Duero. Y algo más allá, Tras-os-Montes, la ruta portuguesa. En Soria, Julio Llamazares apunta con precisión, alejado de metáforas. El viaje comienza con la misma sensación que atrapa a otros viajeros: “Soria bajo la lluvia”, escribe el de Vegamián, y añade luego: “Es fiesta y todo está cerrado. Compramos algunos libros, desayunamos y ponemos rumbo a Duruelo”. Buscando a Handke, a Félix Romeo o a Julio Llamazares, uno acaba repitiendo los mismos gestos y los mismos materiales del viaje. De pronto, se hace necesario cubrir los brazos, calentar estómago y extremidades, atacadas por el frío. Llamazares, que escribió su cuaderno del 1 al 14 de mayo de 1984, imagina paisajes canadienses y deja constancia de la partícula elemental de la meteorología: “De repente –escribe-, el invierno”.

V

Habla Romeo, en su cuaderno de viaje, de un Moncayo japonés visto desde el lado de Aragón, un Moncayo, como el Fujiyama, elevado desde el valle del Ebro como un hongo sin rivales. Desde el lado castellano, sin embargo, el Moncayo parece un monte con visera de nubes, un monte negro azotado hoy por la humedad y por los golpes de lluvia. Andamos por Tierra de Ágreda, avanzamos por una carretera que deja a ambos lados un paisaje terrible y sorprendente. Amante como soy de las citas, no puedo dejar de pensar en la que he leído al comienzo del libro de Julio Llamazares. Lo dejó escrito Ortega y voy pensando en ello mientras me faltan ojos, ojos propios, ojos ajenos, para cubrir la inmensidad de lo visible. “Castilla, sentida como irrealidad visual, es una de las cosas más bellas del universo”. A lo lejos, como una pared de piedra, nos espera el Moncayo.


VI

Y siguen apareciendo escritores. En Ágreda, la mística doble de Sor María Jesús de Ágreda, autora de La Mística Ciudad de Dios, allá por los años del siglo XVII. Y digo doble porque, al parecer, la monja agredeña tenía la virtud esotérica de habitar en dos lugares a la vez, “bilocada en su clausura conventual –narra un folleto explicativo- y a miles de kilómetros a un tiempo”. Sor María Jesús asesoraba espiritual y políticamente a Felipe IV y, en el mismo momento, charlaba con los indígenas de Nuevo México y Texas. Para los amantes de Códigos da Vinci y similares hay versión castiza de las andanzas multidisciplinares de La Dama Azul. Esta vez de la mano de Javier Sierra. Positivistas competentes, abstenerse.

VII

Ágreda y el barrio moro. Desde el Centro de Interpretación de las Murallas callan los mismos huertos que labraron manos que ahora callan. Una llamada al móvil me recuerda, asesina, las voces del presente.

VIII

El verso de Machado, ahora. ¿Desprecia, Castilla, cuanto ignora? Así, la gastronomía, la mística y las nuevas tecnologías. Compramos recuerdos gastronómicos (embutidos caseros, vino de la ribera del Duero) en el número 34 de El Collado. Cuando pagamos, una dependienta muy atenta nos ofrece un catálogo con todos los productos en venta y nos informa, amablemente, de la página web desde donde podremos hacer nuevos pedidos al llegar a casa. ¡Autoservicios Muñoz en el ciberespacio, como mandan los tiempos! En Ágreda, en el Centro de Interpretación de las Murallas, el guía que nos explica las maquetas también acude al ciberespacio para justificar sus informes. Lo de la mística dama azul es cierto, nos dice, completamente cierto. Y cuando observa nuestras caras de asombro, de cómico asombro incluso, nos señala la verdad tecnológica donde reposa la prueba irrefutable: “que sí, que es cierto –nos dice-, que yo lo he leído en Internet”. También en Ágreda, en la estación de autobuses, la esencia castellana se despliega con toda la eficacia de siglos y siglos de luddismo. Alguien llama por teléfono pidiendo información de alguna ruta o algún enlace, y comenta la posibilidad de comprobar la información desde Internet. La mujer que contesta (que también atiende, cómo la mística, la barra del bar y la llamada), responde malhumorada: “¿Internet aquí? ¡Sí, claro, hasta ahí podríamos llegar!, ¡Sólo nos faltaba eso, qué se habrán creído!”

IX

La fundación mítica de Soria quedaría en manos de un santo eremita. “Así es que, tan ciertamente como sabéis que la ilustre Cartago fue fundada por la bella Dido, igual debéis admitir que Soria fue creada por Saturio”. Juan Antonio Gaya Nuño, el penúltimo escritor de este viaje. Lo encontramos en la misma Ermita de San Saturio, en una pequeña dependencia, escondida entre las rocas, donde pueden adquirirse, además, recuerdos del Santo. Llegar a la ermita, que duerme colgada en la roca, es toda una experiencia para urbanitas militantes como nosotros. Desde el templario San Polo, el paseo de chopos y olmos certifica que la antinaturaleza no es más que una pesadilla de verano. El Santero de San Saturio es la pequeña joya que pone punto final a este viaje, no sin antes dejar abiertas las puertas de la risa y de la poesía. La novela de Gaya Nuñoz es la crónica de la ciudad soriana de finales de 1950 y viene a contestar a esa otra pregunta que, al principio del viaje, nos hacía el poeta Machado: “¿Seremos, pues, meros espectadores del mundo?”. Es posible, pienso. Leyendo las aventuras del Santero, nadie podría negarlo. Y vuelvo al prólogo que el propio Machado escribió para sus Campos de Castilla: “Si miramos afuera y procuramos penetrar en las cosas, nuestro mundo externo pierde en solidez, y acaba por disipársenos cuando llegamos a creer que no existe de por sí, sino por nosotros. Pero si, convencidos de la íntima realidad, miramos adentro, entonces todo nos parece venir de fuera, y es nuestro mundo interior, nosotros mismos, lo que se desvanece. ¿Qué hacer entonces? Tejer el hilo que nos dan, soñar nuestro sueño, vivir; sólo así podremos obrar el milagro de la generación”. De nuevo el viaje y la investigación, lo interno y lo externo. ¿Les suena? Hacía muchísimo tiempo que no leía a Machado y me lo llevo puesto, espero que por mucho tiempo, gracias a este viaje. El capítulo que Gaya Nuño dedica a Los poetas, también ayuda lo suyo. Los ojos ajenos (los de Unamuno en Salamanca, los de Machado en Soria) son los ojos imaginarios de los poetas, los ojos que nombran las cosas que los nativos desconocen. ¿Son así las cosas o así nos gusta imaginarlas a los amantes de la literatura? Para Gaya Nuño, nadie había cantado al Urbión como Machado, nadie había cantado a la sierra Cebollera y al Moncayo. Antes del poeta, los sorianos “no veían el maravilloso paisaje, la tremenda geología soriana”. Más tarde, los ojos multiplicaron a los ojos y todos los espectadores pudieron seguir contemplando el espectáculo. Mundo de rocas, pedregales desnudos, pelados serrijones. ¿Ha visto alguien a Handke, a Félix Romeo, a Gaya Nuño, a Julio Llamazares? Mundo del Dios Ibero que necesita de ojos extraños, de ojos ajenos. Pasan hombres y mujeres y, a pesar de todo, así continúa el viaje. “Es la geografía la que no cambia”.


X

“Son tierras para el águila, un trozo de planeta por donde cruza, errante, la sombra de Caín”.

Lo siento, Félix, pero prefiero Extremoduro a Gabinete Caligari.

De repente, el invierno.


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